Lloran, gruñen, chillan o pegan. También se vuelven irrespetuosos, irónicos o nos ignoran. Es inevitable que nuestros hijos se enfaden. Con nosotros. Con sus hermanos o con el mundo. Y hemos de aceptarlo. Tienen un amplio abanico de sentimientos y nuestro trabajo no es evitárselos sino ayudarles a afrontarlos.
Protocolo para ayudar a tu hijo a manejar su ira
- Primero acepta, luego interviene. Entiende que las emociones, tanto positivas como negativas, existen y existirán siempre. Y que de alguna manera tienen que salir. Es imposible y contraproducente reprimirlas. Ya es bastante difícil para un niño manejar su propia ira para que cuando la sienta su padre o su madre le recriminen o penalicen por sentirla. Entonces ya no hay manera de controlarla y a lo que era ira se añade agresividad y odio. ¡Dale recursos para controlarla, no le ayudes a incrementarla!
- Ayúdale a reconocerse los síntomas de la ira: angustia en el estómago, tensión, subida de la temperatura, taquicardias. Esto le ayudará a prepararse y prevenir la explosión.
- Enséñale a reconocer la intensidad de sus sentimientos. De 0 a 10, ¿en qué lugar situarías tu enfado? Para los más pequeños, dibuja una escalera con colores diferentes en los que las emociones vayan ascendiendo de peldaños: molesto, triste, enfadado, muy enfadado, furioso, agresivo, etc. Anímale a que coloque su foto en el escalón con que más se identifique.
- Enséñale qué comportamientos son admisibles y cuáles no. En la mayoría de situaciones negativas, los padres nos centramos en decir a nuestros hijos lo que no deben hacer pero pocos les damos alternativas: golpear los almohadones, darse un baño, retirarse a otro lugar a pensar, respirar profundamente, pintar en la pizarra, escribir en el diario, etc.
Para los más pequeños, pega en una cartulina fotos de comportamientos que SI y No están permitidos. Este recordatorio debe ser muy visual. - Utiliza palabras de aceptación para hablar con él en momentos de enfado.
No: Vas a tener que aguantarte
Sí: Seguro que existe una solución
No: No hay para tanto
Sí: Veo que estás muy enfadado
No: Deja de llorar; eres un quejica
Sí: Llora lo que necesites. Te sentirás mejor.
No: Te comportas como un bebé
Sí: Entiendo que estés enfadado.
No: Eres un bestia. ¡Deja de dar patadas!
Sí: Si necesitas dar patadas a algo, puedes hacerlo con los almohadones de tu cuarto. Están ahí para eso.
No: ¡Paso de ti, no hay manera de hablar contigo!
Si: No puedo entenderte cuando estás violento. Esperaré a que te calmes.
- Una vez suavizados los sentimientos de ira o agresividad, reflexiona con él. Y, lo más importante, reflexiona a solas. ¿Cuáles son los verdaderos motivos que han desencadenado el enfado? ¿La razón es la que él dice o puede que tu hijo se sienta estresado, poco competente o decepcionante para los demás? ¿Son celos? ¿Ha tenido tu comportamiento o tu manera de comunicarte parte de responsabilidad?
- Tu intervención y tus palabras, ¿están orientadas a satisfacer las necesidades básicas o se han quedado en la superficie del problema? Escucha de manera activa y empática.
- Una vez identificado el problema, ayúdale a generar soluciones creativas y a llevarlas a la práctica.
- ¡Cuida tu propia ira! A menudo nuestros ritmo de vida y estado emocional nos juegan malas pasadas con nuestro propio manejo de la ira. ¿Cómo sueles actuar cuando eres tú la bomba de relojería?
Elena Roger Gamir
Pedagoga – Solohijos