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¿Prefieres que tu hijo sea gato o león?

No quiero otra cosa que ayudar a mis hijos a convertirse en hombres de cambio. Quiero que tengan la agallas de enfrentarse a los problemas sin miedo, confiando en su buen criterio. Que tengan la valentía de luchar por lo que creen justo. Que defiendan sus principios, su familia y amigos. Que se atrevan a cambiar su parcela del mundo y que sus pasos les lleven a conquistar sus sueños, sin arrastrar nunca a nadie para conseguirlo.

Quiero que tengan la humanidad necesaria para reconocer sus errores o pedir ayuda. Que lloren cuando lo necesiten y no se avergüencen de hacerlo. Que no se callen. ¡Nunca! Que digan lo que piensan si disfraces pero sin hacer daño. Quiero que no sigan a nadie y que sean ellos mimos. Que naden contra corriente cuando sea necesario. Que sepan ver lo invisible para los demás.

Quiero que sientan, cada vez que se levanten y se acuesten, que su vida tiene un significado y una trascendencia. No solo para él, sino para los demás. Que se sepan validos y hagan sentirse valiosos a los demás. Que no se crean mejor ni peor que nadie, tan solo seres genuinos e irrepetibles. Quiero que sean «leones» , no «gatitos«.

Si quiero que mis hijos sean «leones«, debo saber formar a leones. Debo aprender a lidiar con sus zarpazos, con sus rugidos y con sus largos colmillos. Eso no me debe asustar…¡Ya sé que son leones!  No me sirve un cascabel, ni un vaso de leche, ni una zanahoria.

Para que un gato se trasforme en pantera hay que darle tiempo. Y oportunidades. Hay que ofrecerle ayuda cuando no sabe que la necesita. ¡Incluso cuando no la quiere! Quererle cuando no se quiere a sí mismo y ayudarle a levantarse cuando tropieza. Yo he sido gato y recuerdo lo que eso significaba. Agradezco infinitamente que mis padres me educaran pensando en la pantera que sería hoy, no en el gato que era entonces. Que me dieran tiempo y espacio para trasformarme.

Tu fuiste adolescente como tu hijo. ¡No hace tanto! Recuerda tus momentos altos. Los más bajos. Lo que dolía y lo que te hacía sentir vivo. Recuerda tus errores y aciertos. Lo que exigías y por lo que te rebelabas. La comunicación con tus padres. No eres tan diferente a tu hijo. Tu también saltabas y arañabas. Trata de ponerte dentro de sus zapatos. Esa piedrecita que te molestaba puede que también le moleste a él. ¡Quizás más todavía!  Ten paciencia. Primero conecta con su alma. Luego exígele. No al revés.

No se trata de elegir entre gato o pantera exclusivamente sino de dejar ser, de acompañar, de fomentar la esencia de cada uno. De dar tiempo para que sean lo mejor que puedan ser. De entender que trasformarse y completarse como seres humanos requiere de un proceso. Y  debemos entender que este proceso es a veces ruidoso.

Como dice este maravillosos vídeo de Hirukide (Federación de Familias Numerosas de Euskadi), donde los abuelos recuerdan a los hijos, ahora padres, que ellos también fueron adolescentes: «Quiérele cuando te grite y no quiera saber de ti. Cuando su mundo se derrumbe y él crea que eres la causa. No te te rindas. Todo pasa… Quiérele cuando todo vaya mal y no haya salida. ¡Demuéstrale que sí!, que solo es una caída.
Cuando veas que le quema el fuego por dentro, recuerda que a su edad tu también saltaste…»

Elena Roger Gamir
Pedagoga – Solohijos

 

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