Tener toda la paciencia del mundo y mostrar una actitud saludable y positiva hacia la comida son las premisas más importantes para construir unos buenos hábitos alimentarios. Estos hábitos debemos transmitirlos no sólo cuando nuestro hijo está comiendo, sino en todas aquellas actividades que rodean el mundo de la comida: sentados a la mesa, en la cocina preparando la comida, en el supermercado escogiendo los alimentos, etc. Y cuidado: las prisas, la impaciencia y la obligación son los peores enemigos de los buenos hábitos alimentarios.
- Es aconsejable que nuestro hijo se siente a la mesa con el resto de la familia cuanto antes. Aunque quizás los horarios no coincidan, sobretodo al principio, y quizás él ya haya comido, podemos sentarlo con nosotros en su trona o su sillita, con un trozo de pan o fruta. Mientras, él se irá acostumbrando a la dinámica familiar e irá aprendiendo. Si a la hora que acostumbramos a comer nuestro hijo ha de echar la siesta, podemos adelantar un poco nuestro horario para no romper tanto la dinámica del más pequeño y permitir, de esta manera, que disfrute un rato de nuestra compañía en la mesa.
- Es importante que el mundo de la comida esté rodeado de estímulos agradables y positivos. Por eso durante la comida es mejor no hablar de cosas inquietantes, ni discutir los problemas y aprovechar que toda la familia está reunida para hablar de cosas positivas que fomenten el buen ambiente. Respecto a los modales, no conviene exagerar, sobretodo al principio ya que nuestro hijo pasará por etapas en las que deberemos olvidarnos de ellos de momento: dejarle comer con las manos, no reñirle si se mancha o si se le cae la comida al suelo y permitir que utilice la cuchara sin demasiadas normas. Pensemos que estas cosas forman parte de un proceso de aprendizaje importante: aprender a comer correctamente.
- La comida no debe utilizarse para tranquilizar, premiar o castigar. Mucha gente apresura a sus hijos con frases del tipo «si no terminas pronto te quedarás sin jugar», «si no te acabas la verdura no crecerás ni tendrás fuerza», «como te has portado tan mal, te quedas sin postre» o «¿qué no vas a acabarte el plato que te he hecho con tanto cariño?». La comida es y debe ser un fin en sí mismo. No conviene convertirla en un medio para conseguir cosas como hacerse fuerte, poder ir a jugar, poder ver la televisión o conseguir que mamá y papá estén contentos. Si obramos así, nuestro hijo atribuirá a la comida un valor emocional que puede ser el comienzo de una mala relación con los alimentos.
- Es importante respetar siempre el mismo horario para las comidas y mantener un ritual diario que preceda y siga a cada comida y que siempre sea igual. La rutina tranquiliza al niño y le da seguridad. En líneas generales podríamos seguir un ritual similar a éste:
Antes de comer:
1. Lavarse las manos
2. Ayudar a poner la mesa (adaptado a cada edad)
3. Sentarse en la silla o trona
4. Colocarse el babero
Después de comer:
1. Quitarse el babero
2. Ayudar a recoger la mesa (adaptado a cada edad)
3. Lavarse las manos
- Cuando vayamos a introducir algún alimento nuevo en la dieta de nuestro hijo debemos hacerlo sin prisas ni presiones: podemos servirlo junto a otros alimentos que conozca y que le gusten mucho, no insistir en que coma más cantidad si ha probado un trocito y no le ha gustado, o en lugar de reñirle mostrarnos comprensivos diciéndole algo como: «quizás te gustaría más con patatas o mojado con yoghurt» o «esto te gustará más cuando seas más mayor«, etc. Todo esto nos dará mejores resultados a la larga.
Segunda parte de este artículo: Momento evolutivo y alimentación
Redacción Solohijos