Gritar es el recurso más utilizado por los padres cuando no les quedan más recursos educativos para hacer entrar a sus hijos «en razón». La argumentación, el sentido del humor, la negociación, la empatía se esfuman cual humo y aparece lo más primitivo de nosotros: la orden tajante, con tono desafiante y agresivo, el grito que anula la conversación y pone a nuestros hijos en posición de defensa y no de escucha, como debería ser nuestra intención. ¿No parece incoherente y poco práctico?
Gritar baja la autoestima de nuestros hijos. Les crea rencor y se alejan de nosotros. Nos hace perder prestigio y respeto ante ellos. Y para colmo, no consiguen que obedezcan. Entonces, ¿para qué gritar?
Por supuesto que todos hemos gritado. Y seguramente lo volveremos a hacer pero eso no quita para que seamos conscientes de las consecuencias y de que hay alternativas. Sepamos que no solo nos desahogamos. También abrimos una brecha en la comunicación con nuestros hijos. Y aunque nos disculpemos sinceramente, nuestras palabras, nuestro tono, nuestros gestos y nuestra mirada en ese momento dejarán una impronta negativa en nuestros hijos, como ilustra el cuento del papel arrugado:
Mi carácter impulsivo, cuando era niño, me hacía reventar de cólera a la menor provocación que sufría. La mayor parte de las veces, después de uno de éstos incidentes, me sentía avergonzado y me esforzaba por consolar a quien había dañado tan duramente con mi comportamiento y mis palabras.
Un día mi padre, que me vio solo y triste en un rincón, me preguntó: ¿Qué te ocurre? Yo le expliqué que había gritado a un compañero de clase y que, cuando le pedí perdón, él no aceptó mis disculpas, ya no quería ser mi amigo. Mi padre me llevó a su despacho, me entregó una hoja de papel liso, y me dijo:
– Toma este papel y estrújalo todo lo fuerte que puedas hasta formar una pelota de papel.
– Asombrado, obedecí e hice con la hoja de papel una bola apretada.
– Ahora, estíralo y vuelve a dejarlo como estaba.
Por supuesto, no pude hacerlo. Por más que lo intenté alisar, el papel quedó lleno de arrugas y pliegues.
– El corazón de las personas -me dijo mi padre-, es como este papel. La impresión que dejas en ellos tras tus estallidos de ira queda tan grabada que es difícil volver a dejar el corazón como estaba.
Desde entonces, cuando lo necesito, arrugo un papel.
En lugar de gritar:
- Prueba a ponerte a su misma altura. Ponte de cuclillas si es necesario.
- Mírale a los ojos.
- Con voz firme pero suave dile lo que quieres que haga. Dale argumentos para hacerlo.
- Dile que te repita la indicación en voz alta, así te aseguras que lo ha entendido.
- Acaba con un “Estoy seguro de que tú puedes hacerlo”. Y sonríele.
No siempre obedecerán pero con seguridad que aumentarán en mucho las posibilidades de que lo hagan. Y no levantarás barreras entre vosotros.
Elena Roger Gamir
Pedagoga – Solohijos
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