A veces, nuestra actuación frente a un comportamiento negativo de nuestro hijo es peor que dicho comportamiento. Generalmente por algo tan sencillo como actuar «en caliente».
El apasionamiento en el momento de corregirle se te puede escapar de las manos, al igual que de tu boca, ocasionando un distanciamiento entre tu hijo y tú que ya nada tiene que ver con la falta que cometió inicialmente.
Actúas llevado por tu estado emocional y no por tu criterio educativo lo que puede ser peligroso y nada educativo.
Conocerse, saber hasta dónde están nuestros límites de tolerancia al desafío, reconocer las señales de alarma (aceleración de los latidos del corazón, calor, sensación de ardor en el estómago…) nos avisan de que estamos a punto de reaccionar sin ninguna medida de contención.
En una situación de crisis, pregúntate: ¿Qué quiero que aprenda mi hijo con mi intervención? ¿Qué aprenda a corregirse y además a controlarse en estados de tensión emocional? ¿O lo que realmente quiero es descargar mi decepción y mi ira para sentirme mejor?
Quizás en ese momento lo más sencillo sería decirle a tu hijo: “Estoy muy enfadado ahora. Cuando me tranquilice, hablaremos de lo que ha pasado aquí”. Y punto. Nada más.
Crea distancia entre la acción de tu hijo y tu reacción. Sepárate emocionalmente pero también físicamente. Es un consejo muy elemental y evidente pero, ¿seguro que lo estás aplicando correctamente?