«Es una batalla diaria. Tengo que arrastrarlos a la ducha como si les llevara a una tortura china y huyen del agua como de la peste. Si por ellos fuera, por la mañana se pasarían las manos por la cara como un gatito y así mismo saldrían a la calle. A veces tengo tentaciones de ver hasta donde son capaces de llegar, pero me rindo cuando veo aquellos chorretones por sus brazos y me doy cuenta de que huelen fatal. ¿Por qué a cierta edad manifiestan esta repentina aversión por todo lo que significa limpieza? ¿Es que no les molesta ir sucios?«
A los seis años los niños han alcanzado un cierto grado de autonomía, empiezan a comprender cómo se organiza el mundo de los adultos y están en proceso de asumir las normas de la sociedad en la que están inmersos. Pero en lo que a higiene se refiere, son duros, muy duros de pelar. No hay manera de sumergirlos bajo el chorro de agua y por supuesto, que se laven por iniciativa propia es casi un sueño. Ni por asomo les molesta llevar las uñas en un lamentable estado de aseo, tener las rodillas de un sospechoso color pardo y que en brazos y piernas aparezcan los habituales chorretones de mugre. Y el cepillo de dientes… ¿qué era eso exactamente?
¿Por qué no les molesta la suciedad?
No debemos preocuparnos ante sus muestras de dejadez. Hasta que el sexo contrario no empiece a interesarles de veras, no contemplarán seriamente la posibilidad de cuidar su aspecto. El que se resistan a practicar la higiene personal no es síntoma de rebeldía. Sencillamente, la limpieza está todavía en un puesto bastante bajo en su lista de prioridades. Tienen cosas más importantes que hacer.
¿Qué importancia puede tener el aspecto físico cuando hay a cada momento millones de cosas interesantes por hacer? Para ellos el mundo es fascinante: cada día aprenden miles de cosas y además, están ocupados en comprender y medir el sitio que se les reserva en el mundo con respecto a las cosas y gente de su entorno: la escuela y los profesores, la casa y la familia, la calle y los amigos… Además, deben ejercitar su imaginación desbordante y cada día se convierten en protagonistas de aventuras fantásticas. Luego, claro está, hay que comer y dormir. Si echamos cuentas, poco queda para el cuidado personal. Y, ¿quién va a reparar en que las orejas están un poco más sucias de lo normal?, ¿es que alguno de sus amigos va a reprocharle esa ducha que le falta? ¿por qué iba a molestarse en cepillarse los dientes?
¿Cómo ayudarles a que interioricen la higiene?
Seamos astutos. No vamos a conseguir que se interese por la higiene a base de machacarle con riñas y sermones. Aquí van algunas ideas que pueden ayudar:
- Es básico que se informen sobre las consecuencias que puede tener la falta de higiene personal. El dentista, el pediatra o el médico de familia son las personas más indicadas para mostrarle que no sólo se trata de una cuestión de imagen sino de salud. También puedes ayudarte de bibliografía o vídeos en internet muy educativos e impactantes sobre estos temas.
- Cada día a la misma hora y en el mismo orden los niños deben repetir los actos básicos de limpieza: lavarse la cara, los dientes, las orejas, peinarse… etc. Estos actos básicos deben acabar por formar parte de una rutina que se repita de forma automática.
- En cuanto a la ducha, si obligarles a una diaria nos parece una prueba insuperable (por ahora) , reduzcamos el número a tres o cuatro semanales aunque eso sí, fijemos los días. Lo importante no es que se duche cueste lo que cueste cada día sino que, aunque sean menos días, sea una cita ineludible y sin excepciones.
- Dales un margen de decisión personal con frases positivas y no amenazadoras. En vez de:
¿Todavía no te has duchado? ¡Mira que te lo he dicho cien veces!; ¡Si no te lavas los dientes no puedes salir a jugar!, ¿Cómo vas a salir con estos pelos de casa? ¡Ve a peinarte de una vez!
Emplea frases como:
¿Cuándo vas a ducharte, antes o después de cenar?; ¿Vas tú antes o voy yo?; En cuanto te hayas lavado los dientes, ya puedes salir a jugar; ¡Uy, qué divertido! Se te ha olvidado peinarte y menuda la pinta con la que casi sales de casa!, etc.
- Conviértelo en un hábito familiar. Los niños actúan por imitación, por lo tanto que te vean salir de la ducha con sensación de frescor, con una sonrisa radiante o que te escuchen cantar bajo el chorro de agua. Se trata de que concluyan que la ducha aporta bienestar y dejen de ver el cuarto de baño como la sala de torturas.
¿Y qué tal si de vez en cuando los realizamos todos juntos? Antes de comer, invitemos a todos los de casa a una lavada de manos conjunta. Puede resultar divertido y ser un buen incentivo para que empiecen a practicarlo habitualmente de forma autónoma. - Motívales con independencia. Para los más pequeños, ofréceles su propio «kit» de aseo personal: su tubo de pasta de dientes, su gel de baño, su esponja, su champú, su peine, etc. Esto suele gustar a los niños ya que les hace sentir un poco más adultos y responsables de sus cosas.
Redacción Solohijos