Un niño sin caricias, sin ternura ni delicadeza, sin detalles amorosos ni miradas de amor difícilmente tendrá éxito, por más oportunidades que le demos para desarrollarse intelectualmente. ¡El cerebro se alimenta de caricias!
«El apetito de caricias es igual que el de comida, lo tenemos y no lo podemos cambiar». (Claude Steiner)
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