¡Menuda contradicción! ¿Te has parado a pensar por qué aprenden los niños a quejarse? Se trata de un aprendizaje y no de una conducta innata. Piénsalo…
Una queja en un problema no resuelto. Cuando te quejas, te debilitas. Dejas de buscar la solución para buscar culpables y exiges una solución externa que, si no llega, acrecienta el problema.
Tus hijos NUNCA deben escuchar de tus labios una queja. Ni de tu mirada. Ni de tu expresión corporal
¡Si no te gusta que ellos se quejen, deja de hacerlo tú!
En lugar de quejas, describe el problema y trata de buscar una solución.
Un ejemplo
En mis tiempos de madre novata me preocupaba que mis hijos no fueran ordenados. Al principio, cuando eran pequeños, jugaba con ellos a recoger y clasificar para asociar orden a algo satisfactorio para ellos. Esta maravillosa actitud lúdica duró un tiempo pero a medida que se hacía mayores, que se incrementaban sus tareas en casa y en el colegio, la inercia a hacer las cosas de la forma más cómoda ganó la batalla.
Entonces cambié de táctica. Les expliqué la necesidad de ser ordenados. Sus grandes ventajas, no solo física sino cognitivamente. Experimentaron esas ventajas. Todos de acuerdo durante un tiempo pero el desorden conseguía perseverar en su habitación.
Como buena madre de carne y hueso me quejaba. Además de no conseguir nada con las quejas, les enseñé a quejarse y a buscar excusas para continuar con su cómodo desorden. Una queja no anima a buscar soluciones sino a buscar excusas.
Hace ya muchos años que cambié de otra vez de táctica. En lugar de quejas, en mi familia describimos: «Veo un adolescente que ha perdido el control y necesita un tiempo para pensar»; «veo un calcetín tras la puerta, el pijama en la silla, la persiana bajada, la cama sin hacer… ¡Ya sabéis lo que toca!»… Esto no anima a buscar excusas sino soluciones.
Un día me citaron en la cocina y me dijeron que les sería más fácil mantener el orden si el cubo de la ropa sucia estuviera en su habitación, si pudieran desprenderse de muchos libros que ya habían leído para tener más sitio en la estantería y si además pudieran poner una percha tras la puerta. Decidimos conjuntamente que tenían demasiada ropa, la mayoría obsoleta, de la que podrían prescindir. Nos parecieron muy lícitas las propuestas y con ellas se acabó el problema del desorden.
El problema nunca fue que ellos fueran desordenados sino que no habían buscado estrategias definitivas para poder serlo.
Elena Roger Gamir
Pedagoga – Solohijos