La muerte provoca en el niño preguntas curiosas: «¿Tendrá frío?», «¿Puede comer?», «¿Sufre?» y otras más profundas: «¿Verdad que cuando nosotros no existíamos, existían los que ahora no existen?«, «¿Verdad que cuando se mueran todos los que van por la calle, todos, luego nos moriremos nosotros?«. A los padres todavía nos desconciertan las preguntas que los niños hacen sobre la muerte porque nuestras propias ideas y vivencias sobre ella son muy confusas. Es importante tener presente que no hay respuestas universales a estas preguntas. La muerte es un misterio para todos, y el niño ha de saber que tampoco los padres tenemos respuestas definitivas en este tema, e incluso que no tenemos respuesta alguna.
Cuando muere una persona muy próxima al niño y querida por él, es necesario tener presente:
- Decírselo lo más pronto posible. Es importante no utilizar eufemismos ni subterfugios del estilo «se ha ido de viaje», «lo han llevado al hospital», etc.
- Ofrecerle información clara, simple y adaptada a su edad.
- Permitir que el niño pase por sus propias fases de duelo: choque y negación, síntomas físicos, rabia, culpa, celos, ansiedad y miedo, tristeza y soledad.
- Ayudarle a expresar sus sentimientos por medio del juego, el dibujo, etc.
- Ser conscientes que los expresarán de forma distinta a como lo hacemos los adultos.
- Permitirles el llanto y el enfado. No esconder nuestro propio dolor.
- Recordar que los niños también tienen derecho a reír y ser felices.
- Seguir con la rutina diaria tanto como sea posible, ya que esto da seguridad al niño.Informar a la escuela.Dejar que se queden con algún recuerdo de la persona difunta.
- Permitirles que asistan al funeral.
- Dejarles muy claras dos ideas básicas: que la persona muerta no volverá, y que su cuerpo está enterrado o bien reducido a cenizas si ha sido incinerado.
- Acudir a profesionales si, después de unos cuantos meses, los niños muestran alguno de los siguientes comportamientos:
- Tristeza permanente con depresión prolongada.
- Excitación fuera de lo habitual, con nosotros o con sus amigos.
- Desinterés por su propia apariencia.
- Cansancio e incapacidad para dormir.
- Deseo cada vez mayor de estar solo.
- Indiferencia respecto a la escuela y aficiones anteriores.
Concepció Poch Avellan
Licenciada en Filosofía.
Máster en Psicopedagogía.
Miembro del Grupo de Educación en Valores (ICE-UAB)
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